
La música siempre ha sido una cuestión de alma, de emoción y de expresión humana. Pero ahora, en la era de la Inteligencia Artificial, corremos el riesgo de que todo eso se diluya en un océano de algoritmos fríos y modelos de predicción. Los músicos británicos lo han entendido perfectamente y su respuesta ha sido tan elocuente como inquietante: un álbum silencioso. Doce pistas que componen una frase contundente: «The British government must not legalise music theft to benefit AI companies» (El gobierno británico no debe legalizar el robo musical para beneficiar a las empresas de inteligencia artificial). Su protesta, lejos de ser una simple excentricidad, es una advertencia sobre el futuro de la creación musical.
Cuando 1000 artistas, algunos de la talla de Damon Albarn, Hans Zimmer, Annie Lennox, Ed O’Brien (Radiohead) o Kate Bush se unen para defender la integridad de su arte, es porque el peligro es real. La legislación británica está contemplando una excepción de derechos de autor que permitiría a las empresas de IA entrenar sus modelos con el trabajo de músicos sin necesidad de permiso ni remuneración. En otras palabras: el esfuerzo, la inspiración y la vida de los artistas quedarían reducidos a materia prima gratuita para alimentar sistemas automáticos con los que inundar las plataformas de streaming y generar suculentos ingresos de la nada.
¿Es esto lo que queremos también en España? Nuestra industria musical está en pleno crecimiento, con ingresos de casi 569 millones de euros en 2024 y un consumo de música en streaming que alcanza al 85,7% de la población. Pero esta prosperidad podría verse amenazada si no tomamos las medidas adecuadas. La IA ya está presente en la personalización de contenidos y en la producción musical, pero el siguiente paso —la explotación masiva de creaciones protegidas sin compensación— podría despojar a los músicos de sus derechos y, finalmente, de su sustento.
El sector cultural español, con más de 723.000 trabajadores, ya tiene una estructura laboral frágil, con una alta proporción de autónomos y una dependencia creciente del mercado digital. Si se permite que la IA absorba el trabajo de nuestros artistas sin control, el panorama se volverá aún más precario. Las salas de conciertos y estudios de grabación vacíos, como los que se escuchan en el álbum protesta británico, podrían convertirse en una realidad.
Lo que está en juego aquí no es solo el dinero, sino el alma de la música. La creación artística no es un conjunto de datos que se pueda replicar mediante un modelo estadístico; es la voz de una generación, el reflejo de una cultura, el resultado de experiencias únicas. Si el gobierno británico sigue adelante con esta reforma, sentará un precedente muy peligroso. Y si en Europa no estamos atentos, podríamos seguir el mismo camino.
Es hora de proteger a nuestros creadores. La Unión Europea ya está trabajando en directivas para regular la IA, pero como hemos visto hasta ahora, las leyes siempre corren por detrás de la tecnología. La industria musical necesita salvaguardas claras y contundentes que impidan el saqueo digital de sus obras. De lo contrario, corremos el riesgo de perder lo más valioso de la música: su humanidad.
Publicado por:
Director de Mallorca Music Magazine, ejerciendo de fotógrafo, editor y redactor.
Apasionado de la buena música y las artes escénicas.
Fotógrafo especializado en fotografía musical y de conciertos.
No hay comentarios